Si algo podemos tener claro a estas alturas es que en las guerras no hay vencedores. Todos perdemos. En la medida de mis posibles nunca iré a una guerra.
En las guerras comerciales hay una forma muy sencilla de desmantelar al agresor: no comprarle. Boicot a sus productos.
Amazon es el modelo que América ha implantado en el mundo. Dejar de comprar en Amazon sería suficiente motivo de desarme.
No es buen modelo porque nunca fue buen criterio “burro grande ande o no ande”. Los millonarios ambiciosos nunca podrán ser buenos gobernantes para todos. Si quieren ir a Marte, ya están tardando. Que se vayan. Pero no con mis dineros.
Amazon no es buen modelo por dos razones principales
1-reproduce el modelo de los Grandes Almacenes (Corte Inglés) donde supuestamente se puede encontrar “de todo” a costa del comercio local.
2-en la venta de libros, con la que Amazon construyó su imperio, es ilegal. Amazon no vende libros, vende tiempo de conexión, usando el libro como gancho promocional para atraer ventas. Y eso está expresamente prohibido* (ver abajo) en España en la Ley del Libro desde siempre. En España ha habido tres Leyes del Libro en el siglo XX. Una en 1946, otra en 1975 y otra en 2007. Tanto en la de 1975 como en la de 2007 se prohíbe expresamente utilizar los libros como gancho para la promoción de otros productos, así como manipular el precio de los libros (que lo marca el editor) y hacer ciertos tipos de descuento.
Amazon Nozama amazoNozama AmazoNozamA amazONOzama AmazONOzamA. Yankis go home. OTAN no yankis fuera. Que se vayan.
*Ley del Libro de 2007, Artículo 9: 8. Sin perjuicio de lo dispuesto en la Ley 7/1996, de 15 de enero, de ordenación del comercio minorista, los establecimientos comerciales que se dediquen a la venta al por menor no podrán utilizar los libros como reclamo comercial para la venta de productos de naturaleza distinta.
La historia de las leyes del libro es jugosa. En 1975 se tuvo que legislar porque la guerra entre las dos principales editoras de libro de texto, Anaya y Santillana, había llegado a extremos inaceptables. El precio fijo, que nunca gustó a los liberales, marcó tensiones en el mercado hasta que Aznar lo liberalizó en el año 2000, en cuanto tuvo mayoría absoluta de gobierno. Juan José Millás escribió una columna de antología al respecto titulada “el libro necesario”. El desbarajuste que organizó la liberalización del precio fijo fue de tal calado que en 2007 hubo que rehacer la ley del libro aceptando la liberalización del precio del libro de texto en determinadas condiciones.
Columna publicada en El País 9-6-2000 a raíz de la supresión del precio fijo para el libro.
Es preciso estar muy embotado por la cantidad y el corto plazo para no advertir que hay libros necesarios de los que sin embargo tan sólo se venden 700 u 800 ejemplares.
Aunque no son negocio para nadie, el mundo sería peor sin ellos. Hay editores “raros” que sabedores del daño que la desaparición de estos libros produciría en el pensamiento universal, corren el riesgo y el placer de publicarlos. Hay distribuidores heroicos que los llevan a tiendas en cuyas estanterías ocuparán un lugar clandestino (y eso con suerte: no es raro que sean devueltos a las editoriales sin haberlos sacado de sus cajas). Hay libreros conscientes de que esos títulos que apenas reportan beneficio económico son los neurotransmisores del sistema, los encargados de llevar mensajes esenciales a los libros de gran tirada, que constituyen el núcleo del negocio. Hay lectores intrépidos que no dudan enfrentarse a éstos volúmenes en cuyo interior de nada sirven los recursos estéticos o morales convencionales, y cuyo contenido propagan luego en cátedras, tertulias, artículos o reuniones familiares. Hay escritores
que viven modestamente de abrir estas puertas ideológicas o formales que con el tiempo, aún sin saberlo, atravesamos todos.
Mal que bien, este frágil entramado sobrevive gracias a la ley del precio fijo. Su desaparición significaría la condena a muerte del libro vocacional, del editor raro, del lector insobornable,
del distribuidor heróico y de géneros minoritarios como la
poesía o el ensayo. Y esto es así porque ninguna librería pequeña podría competir en precios con las grandes superficies, que, sin embargo, jamás llevarán a sus mesas de novedades esos libros que, aún vendiéndose tan poco, son como las hormonas, los reguladores del sistema.
Dicen que está sobre la mesa del ministro, y pendiente tan sólo de su firma, la orden de fusilamiento del librero, del autor, del editor, del lector. Quizá nadie le haya explicado bien un problema que se entiende por la cuenta de la vieja. La ministra de Cultura tiene una oportunidad de oro para demostrar que ese ministerio sirve para algo. Basta con que le haga comprender a Rato* que el libro, como la tortuga de tierra, debe ser una especie protegida.
*Rodrigo Rato era entonces ministro de economía
Si prefieres disponer de esta columna en formato imprimible pdf, (es un tríptico, tres páginas) está aquí: