Ayer me dio por revisar la peli “Dónde vas, Alfonso XII”, una película de 1958 que supongo que vi sobre 1960 con 7-8 años, y descubrí que algo debió influir en mi carácter melancólico.
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Además de conectarme con parte de mis genes aristócratas.
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A mi hermana María La Nena no le gustaba oirme hablar de nuestro pasado aristócrata, como avergonzándose de tener nada que ver con esa gentuza. Pero yo le decía que vale, que es despreciable sentirse emparentado con una aristocracia putrefacta como la española. Pero es lo que es, no tiene sentido renegar de tus ancestros.
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Una escena graciosa: cuando el rey sale a pasear y se encuentra con un vecino al que le pide que le indique cómo llegar al Palacio de Oriente. Al llegar y despedirse le dice: «gracias, encantado, Alfonso XII, vivo aquí». A lo que el vecino, que se lo toma a chirigota, contesta: «igualmente, Pio nono, en el Vaticano tiene vd. su casa». (minuto 1h.05’ en https://m.ok.ru/video/3549100182198)
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La herencia genética se reparte a pachas entre los cromosomas X e Y. Ni somos responsables de ellos ni tiene sentido avergonzarse. Y después de todo hay que reconocer que dentro de la corriente aristocrática, como en todo, hay sectores más rancios y sectores más progresistas. Y la nuestra, tanto por parte del vizconde de Quintanilla, que estuvo en las Cortes de Cádiz, como por parte del tatarabuelo Felipe María de las Angustias, nieto del vizconde, pertenecían al sector progresista.
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Del tatarabuelo lo deduzco que era progresista por la educación liberal que le dio a la bisabuela Baltasara. Educación liberal que claramente heredó su hija (de Baltasara) Ángeles, como su nieto Amancio, nuestro padre. “Como dijo Jesucristo, y a veces tenía razón” era un chiste que le gustaba mucho a pá, que era anticlerical recalcitrante.
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Lógicamente, porque el cura del pueblo fue el responsable de que fusilaran a su hermano, el tio Pepe. De la abuela Ángeles sabemos que era creyente y de derechas por la causa 458 que da cuenta del juicio al que fue sometido su hijo José Luis antes de ser fusilado. “Nunca volvió a pisar la iglesia” comentaba Paca Gayoso, que es la que me contaba la historia familiar.
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Puestos a hacer memoria genética, conviene recordar que los genes sexuales son dos, X e Y. La parte materna y la parte paterna. En mi familia por la parte materna, somos hijos del pueblo de los cigurros. La parte más humana del pueblo, buena gente, porque también hay que reconocer que en el pueblo cigurro hay mucho túzaro.
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Cigurro es el nombre que nos dieron los romanos a las tribus de la margen derecha del río Sil. Al parecer significa “tierras rojas”. Padres, abuelos y bisabuelos conocidos, eran todos de la zona esta de Portela y Baxeles.
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Al otro lado de la montaña está el Caurel, donde en 1918 aparecieron los huesos de Elba, que me gusta considerar mi abuela de hace 10.000 años. Entre otras cosas por los rasgos faciales de la reconstrucción que hicieron en el Museo Xeolóxico de Quiroga, que me recuerdan claramente a la abuela Virginia, la madre de mi madre.
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Pueblo aguerrido e indómito que, acogido en sus montañas, siempre ha hecho frente a los sucesivos conquistadores que vinieron a asentarse. Romanos primero y aristocracias españolas después. Manteniendo tradiciones no siempre saludables como la tendencia a la endogamia.
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Un hermano de la bisabuela Carolina, madre del abuelo Darío, se cargó al cura que no quiso casarlo y al guardia civil que vino a detenerlo, huyendo a Portugal. Porque los cigurros somos así, cuando no es, no es.
