A raíz de un debate en el foro de Aprendizaje Infinito (aprendizajeinfinito.com) sobre las formas de gobierno, y porque creo que me desvía de lo que realmente me interesa, me paro a aclarar mi postura, que me sirve de paso para aparcar el tema ya que, tras otro debate en este mismo foro, llegué a la conclusión de que hay que atender a lo que prestamos atención, puesto que a lo que prestemos atención nos tendremos que atener en nuestras acciones futuras. (ver entrada “atiente” en librosdeleer.es).
.
Criticamos la democracia por no ser perfecta. Claro que siempre podrá ser mejor, pero la óptica adecuada para evaluarla es verla con cierta perspectiva. Desde la redacción del Estatuto de los Trabajadores en los años 70 podemos hacer un balance de los sucesivos gobiernos y evaluar los 40 años de democracia frente a los 40 años de franquismo.
Hoy el Movimiento Obrero está de capa caída porque ha dejado de ser mayoritario. Nos hemos hecho ricos y el rumbo de las mayorías lo marcan las clases medias. Éramos pobres y subdesarrollados (ya sabes, aquello de “África empieza en los Pirineos”) y en relativamente pocos años hemos pasado a ser una nación poderosa y un referente cultural a nivel mundial.
Hace ya un tiempo que descreí de la política, la aparté del foco de mis intereses y para analizarla tomo alejamiento histórico. La historia por tanto dirá si la política actual es más o menos perniciosa, pero si me ciño a ver cómo han ido los últimos 40 años puedo balancear los logros de uno y otro bando de la dinámica dual en que nos metió el bipartidismo. Es decir, Felipe, Zapatero y Sánchez por un lado y Aznar y Rajoy por otro. No quiero entrar en pormenores, sólo me quedo en la forma de hacer oposición de unos y otros.
Felipe nos llevó a Europa pagando un precio para muchos excesivo: la reconversión industrial nos puso en los tres millones de parados que vinieron para quedarse y los fastos del 92 que aún no hemos terminado de pagar, consiguiendo descabezar al Movimiento Obrero que en otras coordenadas tanto podría haber dado de sí.
Aznar llegó al poder aplicando la fórmula del “y tú más”, basando su propuesta en criticar permanentemente lo que hace el contrario. Dinámica que se ha mantenido e incrementado en todo este tiempo. Zapatero ofreció un pacto de estado para acabar con el terrorismo comprometiéndose a no usarlo como arma política, estrategia que efectivamente funcionó. Aznar nos llevó a la guerra con Irán y así nos fue. Rajoy nos llevó al frentismo con los catalanes y así nos va. Es la estrategia del enfrentamiento por la polarización y el desgaste. Es decir, la política de los señores de la guerra.
Sánchez de momento acabó con el bipartidismo poniendo sobre el tapete algo que debería ser obvio, como es que en un sistema parlamentario, “parlar” es la herramienta a emplear en un diálogo en el que todos tienen que colaborar.
Es decir que la democracia, como todo, hay que criticarla siempre. Pero para fortalecerla, no para derrumbarla, que es el objetivo de quien entiende la política como lo que ha sido tradicionalmente, el juego perverso de las minorías oligárquicas para mantener el estado de sumisión de las masas.
Más allá de los aspectos parciales con que analicemos la democracia (que si la griega, la americana, la francesa…), el sistema democrático (lo dice la palabra) es el gobierno del pueblo. De todos. Asumiendo el principio cristiano, revolucionario en su tiempo, de que todos somos iguales ricos y pobres, listos y tontos. (La igualdad con las mujeres, ya si tal…, es harina de otro costal). No soy creyente pero reconozco que el cristianismo tiene tres o cuatro virtudes. Una de ellas es esta de la igualdad, una gran propuesta que la Revolución Francesa tuvo que volver a reivindicar porque nunca se encuentra la forma adecuada de adecuarla a la realidad recalcitrante que se empeña en resaltar las diferencias.
De la democracia podemos criticar muchas cosas, pero poner en tela de juicio ese principio de igualdad de “todos” creo que no tiene cabida. Porque diferenciarnos del “populacho” o de quien “no sabe dónde tiene la mano derecha” implicaría aclarar primero quién entra en la categoría rechazada y quien no. Y eso nos llevaría a desplazar eternamente el objeto de discusión.
Habría una forma de solventar el asunto haciendo el voto obligatorio y público. Por supuesto que podríamos votar en blanco, pero hacerlo obligatorio sería una forma cómoda de rehacer el censo cada cuatro años. Y para hacerlo público se podrían legislar excepciones, pero en principio sería un ejercicio de transparencia que erradicaría la chaquetería y el clientelismo.
Las redes sociales crecidas en 2015 a la sombra del iPhone de 2008, han demostrado ser una potente herramienta que marca el cambio de paradigma en lo que a comunicación se refiere. La contaminación de las redes con los contenidos de la tele basura es una de las consecuencias indeseadas que hay que corregir, no desmantelar. Ayer pude asistir en la espera del dentista al programa de Ana Rosa Quintana. El epicentro del programa gira en torno a un grupo de descerebrados que se encierran en una isla para insultarse y hacerse mil perrerías. Llámame meapilas, pero me sentí escandalizado. Y ese es el contenido que está dando sustento a un porcentaje importante de las redes sociales.
Menos mal que también hay gente sensata que sabe hacer buenas cosas. Pienso en Javier Santaolalla explicando la revolución copernicana, además de tener unos preciosos ojos verdes (vale que sí, que soy algo maricón, qué se le va a hacer). O en Ter la arquitecta, o tantos otros y otras que tienen muy buenos canales en los que se está desarrollando una creatividad increíble. Pero a la red de vendehumos que se presta a la manipulación informativa y vive de generar escándalos (da igual que sean sexuales que políticos), habría que encontrar la forma de ponerle coto.
Pero ya digo, hace un tiempo que abandoné el debate político.
Cuestión de foco.