Contra las marcas

Conservamos en la retina la idea bucólica idílica de la aldea en que trotamos por los prados libres de imposiciones. Hasta que allá en la adolescencia nos marcan el camino.


En Samoa el rito de iniciación consiste en marchar solo al bosque a aprender a vivir fuera de la tribu durante un tiempo. En la España de postguerra consistía en ir a la mili. En el Estado de Bienestar se ha suprimido el rito, pero hay que hacerse una marca, un nombre, un hombre. Con el sistema de la mili era sencillo. Efectivamente te hacían (y te sentías por fin) un hombre cuando te soltaban. La marca era la “blanca”, una cartilla donde se hacía constar que el valor “se le supone”.


La marca, como su nombre indica, es lo que nos diferencia. Como al ganado, se ha de grabar a hierro y fuego para que sea indeleble.


No estoy muy seguro de que sea deseable. Después de todo vivir sin marca es compartir la vida del común, apacible y sosegada. Trotando por los prados.

Alaba Toni Segarra* la marca “Iglesia” por haber sabido conservar durante dos mil años la primacía y se pregunta si será por haber sabido integrar el misterio, lo desconocido, en el cuerpo de la doctrina.


Me parece más sencilla otra explicación del fenómeno: tras acceder al Poder impusieron el Terror Pánico, el Miedo sistémico, y adoptaron una marca, un hombre crucificado desnudo y lacerado en una cruz (imagen francamente pornográfica), que en si misma es terrorífica. No hace falta que te la graben en la piel a hierro y fuego. En su misma simbología incorpora el hierro y el fuego simbólico del terror que nos espera de no obedecer.


Resultó efectivo, como los resultados demuestran, de forma que todos los Poderes posteriores la imitaron. Y si no somos capaces de revertirlo, la seguirán imitando. La marca y el modelo: la marca para diferenciarse y el miedo como modelo para amedrentar.

La marca ha de ser simple para que se recuerde bien, ¿qué más sencillo que dos palos cruzados en cruz? Y a ella se le ha de asignar un contenido inolvidable.

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